Dicen que los sentidos me jugaron una mala pasada, que seguro lo que vi fue sólo un contraste de luces y sombras y que no hay
nada allí.
Dicen también que seguramente ayudó al espejismo ese persistente viento nocturno que, maldito sea, no deja de soplar meciendo las ramas de la vieja palmera del
vecino.
Todo puede ser explicado por medio de la razón, agregan con suficiencia enciclopédica.
Con el ceño fruncido y aire académico argumentan que nadie te vió, que no existís, que sólo es imaginería mía y que me
extraña araña que en pleno siglo veintiuno un tipo como yo pueda creer en tamaña
superchería!
No digo nada, los dejo que se burlen de mí con aplicada puntillosidad
y vuelvo al jardín para verte otra vez sentado en lo más alto del árbol.
La cabeza baja, tus alas meciéndose con el viento, tu piernas colgando pendulantes en el vacío que se extiende entre la rama que te sostiene y el
piso.
Me pregunto si en esta fría noche de otoño decidiste tomarte un descanso o si, tal vez, viniste a decirme algo?
Me mirás con ese sentimiento de indiferencia que deja
entrever un “no te preocupes, todavía no es tu hora pero te prometo que en
algún momento volveré por vos”.
Enciendo un cigarrillo y ambos sonreímos porque sabemos que los efectos del tabaco
serán el motivo de tu regreso.
Por la mañana regreso al jardín a encender otro cigarrillo pero ya no estás.
Un mensaje llega al celular. Es mi hermana que escribe
“Falleció la tía Felisa. No te preocupes en venir, ya la llevaron al
cementerio…”
ResponderEliminarUn poema que escribí hace años.
Hace días lo publiqué en facebook.
Hoy por twitter caí en tu blog.
Casi un fotón partido
En el fondo del túnel,
una luz transparente
abre paso a otra vida, por mí desconocida.
Disociada y abstracta, casi un fotón partido
que ocupa dos lugares del plano y del instante,
al mismo tiempo herido,
apoyada en tu espalda, entera y condensada,
montando en caballito, las piernas enlazadas,
se ciega tu conciencia bebida y confundida
en verdes madrugadas de vómito caliente.
Sintiendo que no pesa mi cuerpo
y no te aplasta el sólido elemento,
fugué hacia las montañas
de neblinas heladas, serpeando el Himalaya
entre motas de polvo,
con secas falsedades de indígena en apuros.
Y es tarde para besos
y es pronto para lágrimas.
Desde afuera vislumbro tu rostro en nuestra almohada,
temblando tus caderas
estalló la guitarra, ciempiés de dormitorio,
componiendo canciones que acarician el alma,
y me nombran,
me buscan,
como si te faltara.
Y estoy en todas partes,
calmándote la fiebre que silba un desafío,
cerquita de tu apremio de visión extenuada,
Y estoy en todos lados
en tu huella anterior, en el simple futuro,
aquí, allá y ahora,
tal vez, después, mañana.
Saludos.