sábado, 24 de septiembre de 2016

La Vecina

Ayer murió la vecina. Vivía sola, con su perro, en la casita frente a la mía.
Vaya uno a saber si fue porque las chusmas del barrio no la veían desde hacía rato o simplemente porque los insoportables e insistentes ladridos de su cuzco mestizo quebraban el silencio de una calle siempre tranquila, alguien imaginó lo peor y por la noche avisó a la policía.
Detrás de la ventana de mi cuarto pude ver llegar a los patrulleros con sus luces parpadeantes y a dos agentes echar abajo la puerta de entrada.
Luego de un rato, confirmaron el deceso.  
Más tarde, llegó la morguera para darle más dramatismo al espectáculo y alimentar la consternación de los vecinos agolpados en la puerta de su casa. 
"El Gran Finale para los solitarios" me dije mientras me invadía un horror más cercano a la vida que a la muerte.
Porque ese despojo de huesos y carne cubiertos por una sábana que los enfermeros trasladaban en una camilla hacia la caja de la camioneta, alguna vez fue una niña pequeña a quien seguramente alguien amó, alimentó y cuidó. 
Alguna vez fue joven, tuvo sueños y alegrías y finalmente, ya golpeada por las decepciones de los años, se habrá preguntado en más de una oportunidad "para qué vivimos?"
Tal vez, la única respuesta sea el espanto de saber que vivimos para esto, para nada.

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