viernes, 23 de septiembre de 2016

Lo Bello y lo Bueno

Una señora que no conozco me habla, se esfuerza en explicarme la situación. La miro sin poder concentrarme (me siento un villano).
Una muerte buena, me dice, una muerte linda.
Pienso en sus palabras pegajosas como alquitrán, las oigo respirar, las siento como miles de arañas trepando por las paredes, llenando todo el recinto.
El monocorde sonido de su voz tiñe la historia de un triste y gris dolor que no se refleja en las facciones duras de su rostro.
Una muerte linda, repite, una muerte buena. Vagos significados.
"Perras Negras", balbuceo sin que la señora comprenda lo que estoy diciendo ensimismada en el perverso y extraño placer de relatar minuciosamente la tragedia.
Perras Negras (como a Cortázar le gustaba llamar a las palabras) huidizas, escapando cuando más necesitamos explicar el dolor, cuando más imperiosa se hace la necesidad de que regresen y desanuden esa confusa y enredada madeja en la que se han convertido los sentimientos.
Agita un papel, un documento que dice que alguien ya no es, que no existe, que dejó de ser vida para ser nada e insiste en reafirmar que tuvo una muerte buena.
"Sí, buena", le digo sin dejar de pensar en lo tautológico de la frase que reverbera en mis oídos. En un mundo en donde todo es algodón manchado, en donde todo se corrompe, la muerte es bien.
Una muerte linda, porfía hasta el cansancio sin darse cuenta de que sin querer se ha transformado en un arquero ciego disparando en la oscuridad y acertando en el mismísimo centro del blanco en donde la muerte se agiganta y es la belleza exquisita y perfecta.
Porque al hombre le ha explotado la aorta, se le han retorcido los brazos, se le han dado vuelta los ojos y ha sangrado profusamente por la boca y las fosas nasales, en una agonía tan terrible como dolorosa que duró una eternidad.
Qué hay de lindo en ese espantoso escenario, qué hay de bueno en morir tan joven?
De regreso a casa, busco en un viejo cuaderno el comienzo de un cuento jamás concluido:


"Los ojos vidriosos y bien abiertos. Vaya uno a saber lo que viste en el último destello de luz que procesaron tus sentidos.
Nadie puede saberlo pero, a juzgar por tu mueca de desilusión, la muerte no tiene la grandiosidad que todos le adjudican."

2 comentarios:

  1. Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
    Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
    la resaca de todo lo sufrido
    se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

    Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
    en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
    Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
    o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

    Son las caídas hondas de los Cristos del alma
    de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
    Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
    de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

    Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
    cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
    vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
    se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

    Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! Cesar Vallejo (Peru/Paris)

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